martes, 1 de noviembre de 2011

Obra Maestra

Llegue y ya no estabas. Lástima.

Sabía que debía tardar menos en vestirme, en practicar frente al espejo mis palabras, en escoger las flores perfectas y correr al edificio. Ya no importa nada de eso, quizá fue la última y la primera vez que te vi, pero fue lo suficiente para componer un réquiem a nuestro amor imposible.
Perdóname por no decírtelo, por seguir tus ojos en la multitud, por amar tu aroma, por desearte entre mis brazos. Ese salón será el recuerdo inmutable de nuestra pasión, de mi deseo desbordado como ríos de perfume, del recogimiento y la lujuria que provocaste cuando tu mirada encendida quemó mi alma y la hizo suya.

He vuelto aquí cada día solo con la esperanza de encontrarte otra vez, pero minuto a minuto mi esperanza como hojas de otoño se marchita y muere, y vuelve a florecer en la primavera de una nueva alba radiante, siguiendo el sol de tu recuerdo.

Tus manos finas, tu figura de seda, la gracia de tus movimientos y la delicadeza de tus ojos, todo tan vívido como aquel día, existente solo para mi mente, guardado en el rincón de las cosas mas sagradas.

Sólo lamento nunca haberme acercado, no haber dicho lo que tenía que decir por miedo al rechazo, y nunca haber oído la armonía de tu voz.

Luego de ese día, esta galería se ha vuelto cada vez mas vacía.

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