“Nah’ mi cabro, no se urga, si too en la vida pasa, incluso la misma vida. Uté no sae cuando le llega la pálida y ¡zaz!, le arranca el cabro chico de las manos y se lo lleva onde tatita Dios”
Un leve temblor en la voz me hizo tiritar el corazón. “Muchas gracias mijo, que Dios lo bendiga” y se bajó en el paradero.
Ya van dos meses y lo he visto crecer, antes era un simple cantante para mí, pero últimamente hemos trazado cada vez más palabras simples, pequeñas conversaciones cotidianas. Tiene 51 años y le dicen “el uñeta”, siempre toca con una guitarra remachada y vieja y su voz ronca y rasposa que le da algo de gracia a ciertas canciones. Aún puedo recordar el último día que lo vi. Fue en el paradero 14 de la Gran Avenida. Ya era de noche y me pareció raro que aún estuviera cantando. “Hay que juntar lo último compare, mañana me voy a la playita con mi mujer pa pasar unos días relajados”. Disfrutaba “Era en Abril” cuando abordó por la puerta de en medio un joven con claras intenciones. Sacó un cuchillo carnicero de su polerón y nos amenazó a todos para entregarle nuestras pertenencias. Me puse pálido, pensé en mi mamá, mis hermanas y mi polola. Y en ese momento solo pude oír un grito de mujer, una frenada, un guitarrazo y un suspiro que se me quedó grabado en el alma.
Aún llevo una astilla que me recuerda que un simple desconocido que alguna vez miré con desprecio fue capaz de salvarme.
Ahora se sube un cabro que toca armónica super lindo, y nunca olvido darle cien pesos y una sonrisa.
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