Y mientras el se ahogaba en un mar de recuerdos espesos, como un líquido amniótico con sabor ácido y pastoso, el sol combate con la luna por un puesto sobre su cabeza. Sus pies nadan en direcciones erráticas, inyectados por una estática imperceptible, y sus manos buscan la superficie gritando de amor.
Una mano emerje de entre las nubes ámbar y toma al naciente entre sus brazos, lo acerca a su pecho y le besa la frente con unos labios carmesí de pasión hirviente, esperando el nacimiento de un perfecto a su lado.
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